10/10/2011

Malandar


Al saltar de la barca sobre la arena sintió arder las plantas de los pies.
-En una hora volvemos!- gritó el mozo desde la proa.
Apenas se volvió para contestar, ya estaba prisionera de lo salvaje del panorama, las dunas como un batallón enfrentadas al océano, el peso del viento caliente como plomo, sumergida por obra y gracia del calor en si misma.
Inmóvil, los ojos devorados por el paisaje, bebiendo cada verde,cada piedra ocre, cada penacho de vegetación altiva, el fuego de la arena en los pies calentando su sangre, alli no era nadie, sólo los animales pisaban esa playa, era una extraña, un intruso sobre la orilla y eso le gustaba.
Si hay que escoger un sitio en el mundo,un lugar donde soñar, donde ser uno mismo sin circunstancias, sin tiempo, sin retorno, Malandar era el suyo.